CINE

"Hablaba de 'liberar a millones de ignorantes de su horrible destino', hasta que, palabra, me hizo sentir verdaderamente incómodo. Traté de insinuar que lo que a la compañía le interesaba era su propio beneficio."

La sustancia del poder
“En aquel tiempo todos eran asesinos, pero los nuestros eran mejores”. (Joan Fuster)

Desde su aparición en la historia, cualquier Estado, todos los Estados, se fundan sobre una expropiación y un asesinato. La mitología se encargará posteriormente de envolver y ocultar ambos bajo una pátina épica de héroes, mitos y dioses.

Alejandro VI, el Papa Borja, los despojó de este falso oropel para convertirlos en pura y simple razón de Estado. De él y de su hijo, César Borja, aprendería Maquiavelo algunos de los fundamentos que desde entonces rigen los Estados modernos.

Con un guión basado en la novela "La familia”de Mario Puzzo –autor de El padrino–, Los Borgia narra en apretada síntesis los 11 años en los que los Borja, sabiamente dirigidos por la cabeza del clan familiar, el Papa Alejandro VI, no sólo dominaron los destinos de los Estados Pontificios y con ellos de media Italia, sino que jugaron un papel de primer orden en los equilibrios de poder de las grandes potencias de Europa de su época. Dejando al margen la valoración de la película, cuya descripción de los hechos históricos es al menos tan dudosa como la simplista caracterización de los principales personajes, su estreno permite, sin embargo, detenerse en el complejo, exuberante y fructífero período de la historia europea y mundial en el que los perturbadores miembros del clan de los Borja jugarían –en contra de la tergiversación que posteriormente harían sus enemigos de ellos– un papel decisivo.

El linaje de los Borja –emparentado con la casa real aragonesa a través de Ramiro I– tiene su origen en una antigua villa de origen celtíbero situada en el límite noroccidental de Zaragoza, lindante con Navarra. Ocho caballeros de la villa acompañaron al rey Jaime I en su conquista del reino de Valencia, destacándose en la batalla por la toma de Xátiva, por lo que en el posterior reparto recibirán numerosas tierras en esta comarca, segunda ciudad del reino, nudo vertebrador de sus comunicaciones interiores y, desde tiempos inmemoriales, enclave estratégico tanto por su riqueza como por ser el corazón geográfico y político de una vasta zona de influencia. Desde ella se extendería el poder de los Borja, primero hacia las poblaciones cercanas (Canals, Gandía, Oliva, Valencia,...), posteriormente hacia la conquista de Roma, hasta llegar a estar emparentados con cuatro casas reales y poseer más de doscientos títulos de nobleza en España, Portugal y Francia.

El ascenso de los Borja, desde su posición originaria como una notable familia del Reino de Valencia a ocupar uno de los centros de poder que impulsaron entre los siglos XV y XVI un cambio histórico capital –el tránsito del feudalismo a la modernidad–, es indisociable del resurgimiento político de la Corona de Aragón tras la implantación de la dinastía de los Trastámara al frente del reino y el cambio del centro de gravedad económico y político en el interior del reino aragonés, que durante el siglo XV se traslada de Barcelona –aquejada de profundas crisis económicas, demográficas y sociales– a Valencia.

El primer Papa Borja, Calixto III, será en realidad durante toda su vida –y pese a las ocasionales disputas en torno a la resolución del conflicto planteado por los Papas cismáticos– un eficaz delegado político y diplomático del rey aragonés Alfonso V el Magnánimo, empeñado en recuperar para la corona catalano-aragonesa su antiguo esplendor y hegemonía en el Mediterráneo. Tras arrebatar Nápoles en 1442 a la dinastía angevina francesa, Alfonso el Magnánimo maniobrará con tenacidad y habilidad hasta conseguir colocar a Alfonso de Borja (Calixto III) al frente del Papado en 1455, con la intención de construir un eje Valencia-Roma- Nápoles capaz de desequilibrar la balanza de poder en el Mediterráneo hacia la Corona de Aragón.

La llegada de Calixto III al Papado marcará definitivamente el destino de los Borja. Tras él –en una inexorable red de nepotismo habitual en aquella época, y más tratándose de un Papa extranjero sin vínculos ni influencia sobre los grandes linajes romanos e italianos que históricamente habían manejado los hilos vaticanos– desembarcará en Roma una nutrida representación familiar dispuesta a ocupar cargos de relevancia en la administración de los asuntos pontificios. Entre ellos va a destacar, desde el primer momento, su sobrino Rodrigo de Borja, el futuro Alejandro VI.

Alo largo de más de 30 años, Rodrigo de Borja –verdadera cabeza del clan familiar que se asienta definitivamente en Roma, en torno al poder del Vaticano, tras Calixto III– actuará como vicecanciller del Papa en cinco ocasiones, algo que nunca se ha dado ni antes ni después de él: hasta cinco pontífices confiaron en él de manera consecutiva.

De esta dilatada experiencia defendiendo y negociando los intereses terrenales del Vaticano frente al resto de poderes europeos y mediterráneos de la época, emergerá la poderosa figura y la excepcional personalidad de Alejandro VI como estadista experimentado, militar intrépido, sagaz diplomático y político astuto, es decir, un arquetípico príncipe renacentista. Pues además, toda su formación y experiencia política y diplomática se desarrolla en un momento histórico crucial, en el que la misma estructura de poder que ha venido existiendo en los últimos 6 siglos ha entrado en una crisis irremediable, en el que frente a las viejas fórmulas políticas propias del feudalismo empieza a oponérsele el nuevo sistema de valores y de poder que está emergiendo en torno a los Estados-nación. Y en el que todo ello conduce de forma acelerada, no sólo a un nuevo reordenamiento internacional y al establecimiento de nuevas jerarquías, sino a un auténtico cambio de época, a un fascinante período de transformaciones revolucionarias en todos los ámbitos de la sociedad, en el que un viejo orden –el feudalismo– se desmorona mientras de su seno están surgiendo en lo económico, lo político, lo cultural y lo ideológico las primeras fórmulas y ensayos –todavía en esta etapa caóticos, desordenados y tumultuosos– de lo que con el tiempo devendrá el nuevo orden burgués.

Un período tan turbulento como deslumbrante, en el que todo está puesto en cuestión, nada está definitivamente establecido y los hombres dotados de audacia, voluntad y decisión están abriendo y explorando –de forma necesariamente zigzagueante y contradictoria– nuevos y fascinantes caminos desconocidos hasta entonces. Rodrigo de Borja será, en este sentido, un hombre de su época. Y no uno cualquiera. Como los Fernando el Católico, los Médicis, Cristóbal Colón, Nicolás Maquiavelo o Leonardo da Vinci, se convertirá en una de las figuras fundamentales que darán el impulso decisivo a este giro capital en la dirección de la historia de la humanidad.

Nada en el Vaticano será igual tras el pontificado de Alejandro VI. Incluso su mayor enemigo, el cardenal Della Rovere que le sucederá en el solio pontificio con el nombre de Julio II, no hallará mejor opción que seguir las líneas maestras trazadas por el Papa Borja para crear en torno al poder del Vaticano un poderoso Estado capaz de dominar al resto de reinos, repúblicas y ciudades-Estado italianas.

Si en torno a su corte pudo aglutinarse lo mejor de Renacimiento italiano, iniciarse la construcción de la basílica de San Pedro o pintarse la Capilla Sixtina es porque previamente Alejandro VI, en su inmensa labor de mecenazgo artístico y cultural, había conseguido atraer a Roma y hacer trabajar para él a Miguel Ángel, Rafael, Leonardo o Bramante.

Desde el mismo instante de su elección, Rodrigo de Borja va a dejar claro la inmensidad del proyecto que ambiciona
construir desde la silla de Pedro. La elección del nombre por el que se le va a conocer durante su papado es ya todo un síntoma revelador. En su decisión de llamarse Alejandro VI –pese a que Alejandro V fue un Papa anatemizado y excomulgado tras su muerte– pesó, antes que nada, la memoria del papel de Alejandro Magno y su vasta empresa conquistadora.

En sus planes, Italia sería para Alejandro VI lo que Asia para Alejandro Magno: un descomunal proyecto, una magna epopeya escrita sobre un caótico, fragmentado y desordenado territorio repleto de riquezas que conquistar y dominar por quien se atreviera a proponérselo. También, como para el príncipe macedonio, sería su tumba.

Desde el Vaticano, Alejandro VI va a concebir y poner en marcha uno de los más audaces proyectos jamás diseñado en la historia política de Europa: crear un poderoso Estado centroitaliano desvinculado de la Santa Sede y capaz de colocar bajo su orbita de influencia y posterior unificación al resto de Estados italianos, reino cuya corona debería descansar sobre la cabeza de alguno de sus hijos, instaurando por tanto a los Borja como la futura dinastía real de un nuevo poder europeo.

“Ut Cesar, ut nihil”, “O César, o nada”, esa será la divisa que Alejandro VI regalará a su hijo César Borja para poner en su escudo de armas. Ya resulta insólito que en el siglo XV alguien tomara en sus manos un proyecto –la unificación de Italia– que, dada su enorme complejidad, no podría hacerse realidad hasta 4 siglos después. Pero todavía lo es mucho más considerando que a la cabeza de ese proyecto se situaba un extranjero, y además pretendía crear esta nueva monarquía hereditaria llamada a reinar en Italia utilizando el poder material y espiritual del Vaticano. En la Italia del siglo XV, pese a la opulencia, el dinamismo y la expansión de su burguesía comercial y bancaria, pese al deslumbrante esplendor artístico desplegado por el Renacimiento, pese a las habilidades políticas y diplomáticas desarrolladas por las pequeñas repúblicas para sobrevivir entre grandes y ambiciosas monarquías, la descomposición multiseñorial y las pugnas entre sus heterogéneos y mal avenidos Estados habían alcanzado su cénit. Las continuas guerras y disputas entre las repúblicas de Florencia, Venecia y Génova entre sí, de éstas con el Vaticano y de todas ellas con Milán y el reino de Nápoles eran el perfecto caldo de cultivo para las intervenciones de franceses, austriacos y españoles en la península transalpina.

Mientras las más importantes naciones europeas daban nuevos y mayores avances en su unificación política y territorial y sus monarcas asumían un poder cada vez más absoluto y centralizado sobre ellas, Italia permanecía tan débil y fragmentada que cada uno de sus Estados debía buscar la protección y el cobijo de alguna gran potencia europea para impedir que sus rivales las destruyeran. Génova siempre bajo la amenaza francesa, Milán objeto de disputa franco-austriaca, Venecia comprimida entre el Imperio Otomano y el austriaco, Florencia bajo cobijo francés tras la revuelta que derrocó el poder de los Médicis, Nápoles y Sicilia cayendo alternativamente en manos francesas y españolas... Y en medio de este caótico laberinto, ocupando la franja central de la península, unos Estados pontificios nominalmente vasallos de Roma pero que en realidad gobernaban a su antojo sus respectivos señores. A subyugar a los tiranos locales de los Estados pontificios se dirigirá, en un primer momento, la política de Alejandro VI.

En alianza con Venecia y Milán –para lo cual casó a su hija Lucrecia con un sobrino de Ludovico Sforza– y con su hijo primogénito Juan, duque de Gandía, al frente de los ejércitos pontificios fueron cayendo durante la primera campaña militar los castillos de Cervetri, Anguillara, Isola y Trevignano. Aunque en el diseño de Alejandro VI la recuperación de estos feudos no suponía de ninguna manera su regreso a la obediencia vaticana. Ante el escándalo de la corte cardenalicia, convierte a Juan Borja en duque de Benevento, señor de Terracina y Pontecorvo y, con ello, en un poderoso soberano capaz de luchar por el dominio de la Italia central. Sin embargo, su posterior fracaso y derrota en Bracciano, fortaleza principal de los Orsini, uno de los principales clanes aristocráticos de Roma, pondría en evidencia la incapacidad de Juan como estratega militar. Su nunca esclarecido asesinato en Roma dejaría paso a su hermano, César Borja, como brazo militar de los planes de su padre.

Tras haber hecho fracasar la invasión francesa de Italia y la conquista del reino de Nápoles por el rey francés Carlos VIII –contra el que, tras neutralizarlo a las puertas de Roma con siempre lejanas promesas de reconocimiento de sus derechos al trono napolitano, formó una liga entre Venecia, Austria y España para expulsarlo de suelo italiano–, el fortalecido Alejandro VI protagoniza un brusco giro de alianzas nacionales e internacionales. Rompe con Milán y con Nápoles, se acerca a Florencia y a España y se atrae al nuevo rey francés (Luis XII) para que con su ayuda militar, Cesar tome en 1499 las ciudades de Imola y Forlí gobernadas por Catalina Sforza, y luego la de Cesena. A continuación, en una inagotable carrera de 80 campañas militares victoriosas, César Borja se apodera de Rímini y de Faenza, de Piombino y su anexa Isla de Elba, de Urbino, Camerino, Città di Castello, Perusa, Fermo, y, finalmente, Senigallia. De todo ello pasaba a ser dueño el hijo del Papa a quien éste había nombrado soberano de la Romaña, Las Marcas y Umbría. Con el dominio del Lazio a través de Roma y los nuevos feudos de César, los Borja se convertían de este modo en señores de toda la franja central de Italia entre el Adriático y el Tirreno, rodeando con sus posesiones a Florencia y a Génova y amenazando directamente a Venecia y Milán. Ahora quedaba el sur, el reino de Nápoles y Silicia.

Hacia ellos se iba a dirigir ahora la mirada de Alejandro VI.

Entrevista a Juan Madrid

La novela negra: una mirada sobre la realidad

"La labor del escritor es mostrar cómo está camuflada la realidad, cómo se engaña, cómo se oscurece. Nosotros no debemos oscurecer la realidad que ya está oscurecida. Debemos mostrar, desvelar, dar luz." Esta es la máxima que ha presidido la obra de Juan Madrid desde que a principios de los 80 publicara "Huesos a mil". Periodista de "Cambio 16", novelista, guionista de cine y televisión, profesor de la Escuela de cine de la Habana; autor de obras como "Días Contados", "Nada que hacer" o "Un trabajo facil", adaptadas al cine. Guionista de la serie de televisión "Brigada Central", que posteriormente dió pié a una colección de 19 novelas; autor de "Restos de Carmín", "Cuentas Pendientes" y una larga lista de relatos considerados como algunos de las mejores títulos de la novela negra española. Su pluma es como un teleobjetivo centrado en la sociedad.

La Novela negra

"La novela negra, que surge en los años 20, es una superación de la novela. Una manera de narrar diferente, de separar lo que se considera superfluo de la parte ideológica. Ha quedado ese invento de la burguesía de lo que es el arte. No de lo artístico, sino de su concepción, de lo que es artístico y lo que no lo es. Esto es algo que ha sido creado através del desarrollo durante los últimos 500 años por la sociedad de clases y por los que detentan el poder; pues los que detentan el poder detentan el gusto.

Un grupo de escritores rompen con eso. Dicen: no nos interesa la idea de lo artístico que tienen ustedes, nosotros vamos a sacar esta, y hacen otro tipo de literatura. Estos escritores empiezan a escribir según modelos diferentes. Uno de esos modelos es el periodismo, que en EEUU es un periodismo nuevo, conciso, muy al grano y que está contando historias. No es el periodismo literario que se da en Europa. Esa es la fuente literaria de esta serie de escritores.

En la URSS ocurre lo mismo. Estamos hablando de los años 20, en Rusia ha habido una revolución, apaperecen los cronistas que van con las tropas en la guerra civil. De ahí surge una escuela de escritores que nada tenían que ver con los escritores tradicionales como Tolstoi o Dostoievski. La revolución rusa trae consigo una nueva literatura. También los cambios políticos y sociales en EEUU los años 20, el crak del 29, la aparición de los primeros monopolios, generan una nueva forma de literatura."

Los precedentes

La novela policiaca. "La novela policiaca aparece cuando hay un desarrollo determinado de la sociedad burguesa. Surge la policía civil, que hasta entonces no existía. Y hay un sistema jurídico (jueces, cárceles, escuelas). La cárcel y la escuela surge, aunque sea paradógico, de la misma ideología. El hombre puede ser modificado e integrado en la sociedad.

La primera novela que se considera policiaca aparece en 1842 y es "El doble crimen de la calle Morgue" de Edgar Alan Poe. En el año1842 se ha producido la segunda revolución burguesa, que es la corrección de los excesos de la Revolución Francesa. La burguesía más consevadora ha tomado el poder. Es el final de la primera república y la monarquía francesa posterior. La burguesía conservadora desconfía del sistema jurídico que ha creado ella misma. Tiene mucho miedo de que le quiten sus propiedades, viven con el miedo. Eso se refleja en su ideología y en las novelas. Toda la prensa de principios del siglo XIX, dice lo mismo: La plebe nos asalta, nos viola. Por primera vez en la historia, en un mismo espacio geográfico conviven los pobres y los ricos. Es la aparición de las ciudades contemporáneas. En la calle, que al principio han construido los arquitectos para que se pasearan los ciudadanos burgueses, se mezclan todas la clases.

Con el desarrollo de las ciudades los ricos se trasladan a la periferia y entonces la plebe se queda con la calle. Toda la plebe vive en la calle: las putas, los navajeros viven en el centro, donde antes vivían los ricos. Eso de estar los ricos y los pobres en el mismo espacio geográfico trae consigo miedo y esta es una constante de la novela policiaca.

En "El doble crimen de la calle Morgue" el asesino es un gorila. La plebe está desdibujada, no son humanos, no son gente. La burguesía sigue teniendo este miedo de alguien cuyas acciones no podemos controlar ,¿Qué son capaces de hacer estos pobres? Hoy sucede lo mismo con los navajeros, los yonkis; ya no teme al proletariado, el proletariado está domesticado por los sindicatos. Pero 1840 sí, la plebe está rugiendo. Ha sido vencida en el año 1830, en el 1848 y después en la Comuna de París en 1870.

Y hay otra manifestación más, los burgueses desconfían tanto de su sistema jurídico que los que ganan a los criminales no son los policías, recién creados, son detectives privados. Pero este tipo de novela no es una novela realista. Los personajes son un paso y el interés está en quién mató a quién. Es cada vez más complicado, y los crímenes más ridículos. La novela policiaca se llega a convertir en la novela popular de la época".

La otra mirada

"En el año 26 llegan tres millones de emigrantes a Nueva York, de todas partes de Europa. En EEUU se plantean que hay que darle alimento cultural a la inmigración. Se inventa el Music Hall, la radio y los magazines literarios. Entonces la producción de literatura policiaca en EEUU es bestial. Pero la literatura que hay es la misma que había en Europa: Conan Doyle, Agatha Cristhie. Historias con mayordomos, asesinatos en una biblioteca... En EEUU nadie tiene mayordomo ni bibliotecas. Además estaban en pleno desarrollo capitalista, el crack del año 29. Una crisis social de emvergadura increíble en la que la gente se suicida en la calle mientras en los barrios se pelean los gansters. Y entonces los editores de magazines dicen a sus escritores "contad lo que está pasando de verdad, lo que pasa en la calle."

Sin saber que estaba dando el origen mismo de la novela negra. Y entre toda esa cantidad de escritores destaca Dashiel Hamett (un antiguo detective afiliado al Partido Comunista americano). Empieza a contar qué le pasa a la gente, no sólo a los ricos, sino sobre todo a la gente normal, que suele aparecer en las novelas como pura comparsa. Cuenta lo que le ocurre a la gente de la calle, al 90%, porque los ricos son el 10%. Y así, libre, al margen de los catedráticos y los eruditos que establecen lo que es cultura y lo que no, florece libremente un nuevo tipo de novela que llega hasta nuestos días, enfrentándose a la literatura fantástica, el arte abstacto y cuantas manifestaciones surjan del arte despegado de la realidad".

Pilar Rahola escribió:
Si el modelo catalán es el modelo montenegrino, estoy por hacerme japonesa.