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Salvador Dalí el bolchevique y la idea universal de España

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Salvador Dalí el bolchevique y la idea universal de España Empty Salvador Dalí el bolchevique y la idea universal de España

Mensaje  Invitado Vie 17 Abr 2009, 19:51



«Cada vez se acentúa más y se hace palpable la revolución mundial que se acerca. Yo la espero con ansia y deseo. La espero con los brazos abiertos, bien abiertos, y con el grito a flor de labios de : ¡Viva la República de los Soviets!. Diario, 12 de noviembre de 1919.»

El formidable éxito popular de todos los actos y exposiciones conmemorativas así como de las numerosísimas publicaciones editadas (o reeditadas) con motivo de la celebración del centenario de Dalí contrasta notablemente, estos días, con el relativo desdén popular hacia el llamado “Fórum de las culturas” que se celebra en Barcelona. Este contraste ilustra bien el instinto popular hacia el arte, fascinado por el universo libre, complejo y misterioso de Dalí y distante de las fórmulas de “cultura administrada” que, a grandes dosis, quieren insuflarnos los poderes públicos.

Fue refractario durante toda su vida a “las identidades colectivas” fabricadas por los nacionalismos de campanario, especialmente por el nacionalismo catalán. Y no dudó en oponer a ese corsé la idea universal de España

La capacidad de “convocatoria” de Dalí asombra y, en cierto modo, permanece inexplicada. ¿Siguen contribuyendo sus excentricidades hasta después de muerto, como dicen sus infatigables detractores? ¿El éxito de su fórmula escandalosa para dar a conocer y vender su obra, permanece incólume casi 20 años después de su desaparición? ¿Qué sigue fascinando en Dalí? ¿Su pintura, sólo su pintura?

En un formidable artículo publicado en Babelia a principios de año (El País, 17 de enero de 2004) Ignacio Gómez de Liaño, uno de nuestros expertos dalinianos más clarividente (y que acaba de reeditar sus magníficos Diarios, donde sigue a lo largo de años su relación con el pintor), como pórtico de entrada a una de las más sabias enumeraciones que hemos leído de las razones de la verdadera fuerza de Dalí, afirma: “Dalí es un compendio del siglo XX, que pocos artistas lo han reflejado como él, que tal vez ninguno ha contribuido tanto a crearlo, a recrearlo, incluso, a conjurarlo”.

Y habría quizá que añadir, que todo ello lo hizo, de alguna manera, a contracorriente, rompiendo moldes, enfrentándose a “lo correcto”, ridiculizándolo y saliéndose con la suya.

Lo primero que destaca en Dalí es su condición de hombre singularmente libre, verdaderamente libre, en un medio (los intelectuales, los artistas) en el que se presume ampliamente de ello pero generalmente se actúa sometido a todo tipo de poderes (desde políticos a mediáticos). Resulta difícil encontrar en Dalí una obra que esté mediatizada por algo que vaya más allá de su libre determinación creadora. Es cierto que a partir de un determinado momento actuó como “ávida dollars”, pero a la vez no se puede negar que Dalí se hizo enormemente rico haciendo siempre lo que quería (no lo que le imponían otros), amén de que su nulo “carácter práctico” (corroborado por todos sus biógrafos) desdice esa ciega avaricia, impropia de alguien a quien robó casi todo el mundo. En todo caso y en toda circunstancia Dalí nunca dejó de rendir culto “a los derechos de independencia de la imaginación y a la propia locura”.

Lo segundo que destaca poderosamente en la figura de Dalí es que fue a la vez un hombre lúcido y lúdico, y quizás lúcido por lúdico. La idea de que “lo serio” sólo se puede abordar desde la seriedad es extraña a nuestra tradición; desde la picaresca a Cervantes y Quevedo sabemos, por el contrario, que el humor, la broma, la chanza, son también el lenguaje de la verdad. ¡En España poco hay más serio que un buen bufón de Velázquez! En sus últimos años, a Dalí le gustaba mirarse en el espejo de los bufones de Velázquez. Desde su condición de “bufón” Dalí ejercitó su profunda lucidez ampurdanesa de una forma que todavía hoy impresiona a quien se sumerge sin prejuicios en su ingente obra, ya sea pictórica, literaria, cinematográfica, etc.

Como artista libre, lúdico y lúcido, Dalí jamás se atuvo a lo “artísticamente correcto” y si experimentó alguno de los “ismos” de moda lo hizo de una manera tan daliniana que acabó por absorberlo por entero al servicio de su insaciable voluntad expresiva. Si se acercó al surrealismo fue para acabar autoconsiderándose como “el único surrealista integral”: nadie estaba a la altura de su surrealismo. Y así era. Porque a diferencia de los demás, Dalí no se entregaba sin reservas al juego vanguardista, sino que mantenía sus pies bien anclados en el suelo nutritivo de “la tradición”. Aunque experimentó en casi todos los ismos de su tiempo, desde el impresionismo juvenil al cubismo adolescente, en Dalí está siempre el río subterráneo de “la tradición”, de la forma, del Renacimiento, de Vermeer, de Velázquez, manando por su pintura. Jamás renunciará a servirse de ese caudal en aras de lo “pictóricamente correcto” decidido por la vanguardia de turno.

Y lo mismo cabe decir de sus “compromisos políticos e ideológicos”, que tanta controversia han levantado y piedra de escándalo de mucho “progresista” retrógrado. En los años veinte y hasta mmitad de los treinta (tal y como acreditan sus diarios) Dalí simpatizó, al menos intelectualmente, con los movimientos revolucionarios e, incluso, con los bolcheviques. Su experiencia con los surrealistas franceses (algunos activos militantes del PCF) le vacunó frente a la deriva que ya era notable del socialismo hacia el “socialfascismo”. Pero eso no significó que Dalí se hiciera “fascista” o “simpatizara con Hitler”, como argumentaron, sin creérselo ellos mismos, Breton y compañía -¿cómo si no se entiende que le continuaran invitando a cuantas exposiciones hacían y le siguieran incluyendo en sus publicaciones?-. Además no está de más recordar que, durante la segunda guerra mundial, Dalí no se quedó en el París ocupado por los nazis, a diferencia de otros famosos artistas de la época, sobre los que no se pone ningún interrogante de sospecha, pese a que incluso se dejaron visitar y cortejar por los jerifaltes nazis.

Igualmente Dalí fue refractario durante toda su vida a “las identidades colectivas” fabricadas por los nacionalismos de campanario, especialmente por el nacionalismo catalán. Y no dudó en oponer a ese corsé la idea universal de España, la España de Raimundo Lulio y de Cervantes, de Juan de Herrera y de Gaudí, de Velázquez y San Juan de la Cruz, de Calderón y Santa Teresa, de Lorca y Buñuel. Y como colofón a esa convicción, legó su riquísima colección y todos sus bienes al Estado, a fin de que lo disfrutase como algo propio el pueblo español en su conjunto. La reciente demanda de Esquerra Republicana de Catalunya para que el cuadro “El gran masturbador” sea “devuelto” a Cataluña no hace sino confirmar que las prevenciones dalinianas frente al nacionalismo estaban más que justificadas.

En todo caso, éstas y otras actitudes y posturas de Dalí le han valido convertirse durante más de medio siglo en una piedra de escándalo permanente. Dalí nunca ha dejado a nadie indiferente. Siempre obligaba (y obliga) a tomar postura, y esa es sin duda una de sus virtudes y uno de sus perpetuos focos de atracción. Dalí obliga a tomar postura, incluso a quienes no acaban de ver claro el valor de su obra. Un valor que hasta él mismo se atrevía de vez en cuando a poner en solfa hablando de “el desastre de mi obra”. Una obra quizá excesivamente prolífica, como era él, pero en la que, entre cientos de mediocridades, se levanta un buen centenar de obras maestras que quedarán para siempre en la historia universal de la pintura.

Pero más allá incluso de esa obra memorable y de ese prolijo anecdotario público que convirtió su vida en un auténtico observatorio de los avatares de su siglo, Dalí tiene también un importante legado que hacer a los artistas y al arte del futuro, amenazados como nunca de convertirse en apéndices de los gigantescos poderes de nuestro tiempo. Ese legado tiene que ver ante todo no con un estilo sino con una actitud. La libertad y la independencia del artista, que él, a su peculiar e inimitable manera supo mantener a lo largo de toda su vida y de toda su obra, son, de alguna manera lo esencial. Un artista libre, imaginativo, ardientemente creador, abierto al mundo y a todos sus cambios, interesado por todo lo interesante, sin hipocresía alguna: ese es el Dalí que sigue arrastrando multitudes y que más que un residuo del pasado sigue siendo un proyecto de futuro.[i][center]

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