La Semana Santa en España.Materialismo histórico
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La Semana Santa en España.Materialismo histórico
Weno,pues como estamos en Semana Santa,os dejo esto a ver qué os parece
Un análisis desde el materialismo histórico
Las Diosas vírgenes de la fertilidad
Ningún país del mundo, ni aun los más fervientemente
católicos (Polonia, Irlanda,...) ni los más controlados por el
Vaticano (Italia,...) pueden exhibir entre sus tradiciones populares una Semana
Santa con esa mezcla de emocionado fervor, intensa pasión y exuberante
arrebato tan arraigados que posee la Semana Santa en España. Suele atribuirse
este genuino y devoto entusiasmo por la pasión y muerte de Jesús
al poderoso ascendiente de la iglesia católica en nuestro país
durante siglos, al secular influjo del catolicismo en España. Sin embargo,
la realidad es muy otra. La Semana Santa española, sólo
revestida en sus ropajes formales por la liturgia católica, es, en su
sustancia, una de las más altas manifestaciones de la imaginería
y el simbolismo del paganismo precristiano. La expresión viva, asimilada
sólo en las formas externas por el catolicismo, de la pervivencia de
los ancestrales cultos a la Diosa de la Fertilidad.
La coincidencia de la celebración de la Semana Santa con el inicio de
la primavera no es en absoluto casual. Para las primitivas culturas agrícolas
que están en el origen de la civilización el año comienza
con la siembra, es decir, con la llegada de la primavera. Es el momento de impetrar
a la Diosa Tierra (madre de todas las cosas, deidad omnipotente y primordial
desde el momento que se inicia con la revolución neolítica el
dominio de las técnicas de la agricultura) que use de su poder para hacer
que de la muerte, representada por el enterramiento de la semilla, germine nuevamente
la vida y ofrezca sus frutos en el tiempo de la recolección.
Un poder que, en su condición de Diosa del Universo, abarca todos los
fenómenos de los que depende el ciclo agrícola en sus distintas
etapas desde que la semilla es enterrada en su útero: la lluvia, el sol,
el buen tiempo, la ausencia de catástrofes climáticas,... Pero
el poder generador y fecundo de esta Diosa necesita previamente de la muerte:
sin enterramiento (la siembra) no es posible la germinación (recolección).
La Semana Santa no es sino la herencia de las ceremonias sagradas con que las
civilizaciones agrícolas mediterráneas acompañaban y celebraban
la necesaria muerte del paredro («el que está al lado») de
la Diosa. Son fiestas de duelo porque se celebra, y se incita, la tristeza de
la Diosa por la muerte de su paredro, que según las distintas variantes
culturales puede ser el hijo, la hija, el esposo o el amante de la Diosa. En
cualquier caso, y sea cual sea el lazo que le une con ella, debe morir para
ser enterrado y que la tristeza de la Diosa, reflejada en sus lágrimas
(metáfora de la lluvia benefactora), riegue la tierra. Su muerte da lugar
a la Pascua (del griego «páscha», tránsito) de resurrección,
es decir, inicia el camino por el que la vida resucitará bajo nuevas
formas. En las antiguas civilizaciones agrícolas mediterráneas,
los paredros de la Diosa se presentan bajo innumerables formas y nombres, pero
siempre con la misma característica de tener que morir para provocar
el poder germinativo de la Diosa Madre: Osiris, Tammuz, Baal, Adonis. El sincretismo
cristiano adoptó esta figura en la imagen de Jesús.
En la Semana Santa católica se conmemora aparentemente la pasión
y muerte de Jesús, pero, en realidad, cualquiera que acuda a los actos
religiosos populares descubrirá inmediatamente que la verdadera protagonista
de la celebración es su madre: una diosa de la fertilidad con muchos
apelativos distintos pero con una naturaleza idéntica. Un somero repaso
a los nombres de algunas de las Vírgenes que protagonizan cofradías
y pasos reafirmará lo dicho hasta ahora: Virgen de los Dolores, de la
Amargura, de las Lágrimas, del Rocío, de las Angustias, de la
Soledad, de la Piedad, del Desconsuelo, de la Consolación, de la Misericordia,
de la Esperanza,... Y es que aunque las invasiones de indoeuropeos y semitas
imponen, muchos siglos antes del nacimiento de Cristo, un orden patriarcal en
la civilización europea y occidental, las viejas creencias y jerarquías
propias de las sociedades agrícolas matriarcales mantienen, y en la península
ibérica más que en ningún otro sitio, un vigor que obliga
a los nuevos credos llegados muy posteriormente, como en este caso al cristianismo,
a integrarlos de algún modo so riesgo de perder su hegemonía religiosa.
A pesar de los miles de años transcurridos desde la desaparición
de esta religión matriarcal, todavía hoy encontramos multitud
de elementos vivos en nuestra sociedad que no son sino continuación directa,
adaptados a las condiciones materiales y espirituales dominantes, de los ancestrales
ritos y liturgias que los remotos habitantes de la península desplegaban
hacia ATEAN JUNE, la Diosa Madre de los íberos, al inicio de la primavera.
Así, estas fiestas religiosas mistéricas duraban varios días
y se iniciaban con la inmolación de un animal vivo. Posiblemente, y a
tenor de algunas imágenes del arte rupestre neolítico cantábrico
y levantino, en sus orígenes una hembra embarazada (bisontes, vacas,
cerdas, ciervas,...) ofrecida como víctima propiciatoria en representación
terrenal y simbólica del poder genitivo de la Diosa Madre. Sólo
posteriormente, tras el tránsito al régimen patriarcal, el animal
se convertiría en macho, llegando hasta nuestros días en la forma
que hoy conocemos de la tauromaquia. De hecho, la temporada taurina comienza
todavía en la actualidad al inicio de la primavera y culmina con la última
recolección (la vendimia), cuando ya el otoño se encamina hacia
los fríos del invierno.
Se iba en procesión (del latín pro-cess-o: «en favor de
dar o dejar voluntariamente a otro el disfrute de cierta cosa privándose
de ella») a los campos mientras las plañideras lloraban por la
muerte del paredro del que la Diosa se privaba hasta su resurección,
buscando, en un acto de asociación mimética, provocar el llanto
de la Diosa, esto es, la lluvia. Costumbre que desconozco si todavía
se mantiene en algún rincón de nuestra geografía, pero
que hasta hace sólo unos pocos años pervivía en «les
ploraores» (mujeres retribuidas por los familiares del difunto para que
acompañaran a éste con sus llantos) de Sagunto, históricamente
una de las principales ciudades íberas de todos los tiempos. Se tocaban
instrumentos musicales, cuyo fundamento remoto era reproducir los sonidos de
las tormentas primaverales que habían de traer la lluvia. Los tambores
de Calanda o de Tobarra, entre otros lugares, todavía lo conservan en
su pureza originaria. Basta acercarse a cualquiera de ellos durante la madrugada
del Jueves al Viernes Santo para tener la impresión de que el cielo está
a punto de abrirse para descargar las lágrimas de la Diosa Madre.
Se cantaban himnos satíricos, se lanzaban groserías de carácter
sagrado, coplas verbales que, entre otros, recibían el nombre de saetas,
designación con el que hoy conocemos a uno de los más sublimes
palos del cante jondo que se canta, exclusivamente, en las procesiones de la
Semana Santa. Un nombre que está asociado, por un lado, al orto crepuscular,
la aparición en el horizonte, de la constelación de Sagitario
(del latín sagitta: saeta) en el inicio de la primavera, pues todos los
ritos sagrados de las fiestas mistéricas agrícolas tenían
un estricto fundamento astronómico. Es decir, cada uno de ellos tenía
una correspondencia exacta con constelaciones precisas y buscaban así
propiciar los fenómenos naturales benéficos coincidentes con la
presencia de esas constelaciones en determinada posición. Y, por otro,
al hecho de que a la imagen del paredro se le lanzaban dardos y flechas (la
lanza en el costado, el sagrado corazón de Jesús,...) con el fin
de acentuar el dolor y la tristeza de la Diosa Madre para que ésta, finalmente,
se dejara convencer y se sacrificase en acompañar a su paredro muerto
al mundo subterráneo donde su poder fecundador haría posible la
resurrección-germinación del paredro-semilla.
Es imposible, por razones de espacio, seguir extendiéndonos en las ancestrales
raíces abiertamente paganas de las celebraciones de la Semana Santa española.
Sólo añadir, como conclusión, las palabras con que cerrábamos
unos de los capítulos del serial «Lorca, el enigma sin fin»,
publicado entre los meses de junio y diciembre de 2000 (y que se puede leer
completo en la edición digital del De Verdad): «allí donde
todos reconocemos, aunque durante miles de años haya estado dormida o
sepultada, el poder de esta Diosa Madre del Universo, (...) para hacernos llegar
que todavía vive, que todavía podemos sentir su hálito
y su presencia...» La Semana Santa española es, sin duda, uno de
esos momentos mágicos en que podemos sentirlo.
Un análisis desde el materialismo histórico
Las Diosas vírgenes de la fertilidad
Ningún país del mundo, ni aun los más fervientemente
católicos (Polonia, Irlanda,...) ni los más controlados por el
Vaticano (Italia,...) pueden exhibir entre sus tradiciones populares una Semana
Santa con esa mezcla de emocionado fervor, intensa pasión y exuberante
arrebato tan arraigados que posee la Semana Santa en España. Suele atribuirse
este genuino y devoto entusiasmo por la pasión y muerte de Jesús
al poderoso ascendiente de la iglesia católica en nuestro país
durante siglos, al secular influjo del catolicismo en España. Sin embargo,
la realidad es muy otra. La Semana Santa española, sólo
revestida en sus ropajes formales por la liturgia católica, es, en su
sustancia, una de las más altas manifestaciones de la imaginería
y el simbolismo del paganismo precristiano. La expresión viva, asimilada
sólo en las formas externas por el catolicismo, de la pervivencia de
los ancestrales cultos a la Diosa de la Fertilidad.
La coincidencia de la celebración de la Semana Santa con el inicio de
la primavera no es en absoluto casual. Para las primitivas culturas agrícolas
que están en el origen de la civilización el año comienza
con la siembra, es decir, con la llegada de la primavera. Es el momento de impetrar
a la Diosa Tierra (madre de todas las cosas, deidad omnipotente y primordial
desde el momento que se inicia con la revolución neolítica el
dominio de las técnicas de la agricultura) que use de su poder para hacer
que de la muerte, representada por el enterramiento de la semilla, germine nuevamente
la vida y ofrezca sus frutos en el tiempo de la recolección.
Un poder que, en su condición de Diosa del Universo, abarca todos los
fenómenos de los que depende el ciclo agrícola en sus distintas
etapas desde que la semilla es enterrada en su útero: la lluvia, el sol,
el buen tiempo, la ausencia de catástrofes climáticas,... Pero
el poder generador y fecundo de esta Diosa necesita previamente de la muerte:
sin enterramiento (la siembra) no es posible la germinación (recolección).
La Semana Santa no es sino la herencia de las ceremonias sagradas con que las
civilizaciones agrícolas mediterráneas acompañaban y celebraban
la necesaria muerte del paredro («el que está al lado») de
la Diosa. Son fiestas de duelo porque se celebra, y se incita, la tristeza de
la Diosa por la muerte de su paredro, que según las distintas variantes
culturales puede ser el hijo, la hija, el esposo o el amante de la Diosa. En
cualquier caso, y sea cual sea el lazo que le une con ella, debe morir para
ser enterrado y que la tristeza de la Diosa, reflejada en sus lágrimas
(metáfora de la lluvia benefactora), riegue la tierra. Su muerte da lugar
a la Pascua (del griego «páscha», tránsito) de resurrección,
es decir, inicia el camino por el que la vida resucitará bajo nuevas
formas. En las antiguas civilizaciones agrícolas mediterráneas,
los paredros de la Diosa se presentan bajo innumerables formas y nombres, pero
siempre con la misma característica de tener que morir para provocar
el poder germinativo de la Diosa Madre: Osiris, Tammuz, Baal, Adonis. El sincretismo
cristiano adoptó esta figura en la imagen de Jesús.
En la Semana Santa católica se conmemora aparentemente la pasión
y muerte de Jesús, pero, en realidad, cualquiera que acuda a los actos
religiosos populares descubrirá inmediatamente que la verdadera protagonista
de la celebración es su madre: una diosa de la fertilidad con muchos
apelativos distintos pero con una naturaleza idéntica. Un somero repaso
a los nombres de algunas de las Vírgenes que protagonizan cofradías
y pasos reafirmará lo dicho hasta ahora: Virgen de los Dolores, de la
Amargura, de las Lágrimas, del Rocío, de las Angustias, de la
Soledad, de la Piedad, del Desconsuelo, de la Consolación, de la Misericordia,
de la Esperanza,... Y es que aunque las invasiones de indoeuropeos y semitas
imponen, muchos siglos antes del nacimiento de Cristo, un orden patriarcal en
la civilización europea y occidental, las viejas creencias y jerarquías
propias de las sociedades agrícolas matriarcales mantienen, y en la península
ibérica más que en ningún otro sitio, un vigor que obliga
a los nuevos credos llegados muy posteriormente, como en este caso al cristianismo,
a integrarlos de algún modo so riesgo de perder su hegemonía religiosa.
A pesar de los miles de años transcurridos desde la desaparición
de esta religión matriarcal, todavía hoy encontramos multitud
de elementos vivos en nuestra sociedad que no son sino continuación directa,
adaptados a las condiciones materiales y espirituales dominantes, de los ancestrales
ritos y liturgias que los remotos habitantes de la península desplegaban
hacia ATEAN JUNE, la Diosa Madre de los íberos, al inicio de la primavera.
Así, estas fiestas religiosas mistéricas duraban varios días
y se iniciaban con la inmolación de un animal vivo. Posiblemente, y a
tenor de algunas imágenes del arte rupestre neolítico cantábrico
y levantino, en sus orígenes una hembra embarazada (bisontes, vacas,
cerdas, ciervas,...) ofrecida como víctima propiciatoria en representación
terrenal y simbólica del poder genitivo de la Diosa Madre. Sólo
posteriormente, tras el tránsito al régimen patriarcal, el animal
se convertiría en macho, llegando hasta nuestros días en la forma
que hoy conocemos de la tauromaquia. De hecho, la temporada taurina comienza
todavía en la actualidad al inicio de la primavera y culmina con la última
recolección (la vendimia), cuando ya el otoño se encamina hacia
los fríos del invierno.
Se iba en procesión (del latín pro-cess-o: «en favor de
dar o dejar voluntariamente a otro el disfrute de cierta cosa privándose
de ella») a los campos mientras las plañideras lloraban por la
muerte del paredro del que la Diosa se privaba hasta su resurección,
buscando, en un acto de asociación mimética, provocar el llanto
de la Diosa, esto es, la lluvia. Costumbre que desconozco si todavía
se mantiene en algún rincón de nuestra geografía, pero
que hasta hace sólo unos pocos años pervivía en «les
ploraores» (mujeres retribuidas por los familiares del difunto para que
acompañaran a éste con sus llantos) de Sagunto, históricamente
una de las principales ciudades íberas de todos los tiempos. Se tocaban
instrumentos musicales, cuyo fundamento remoto era reproducir los sonidos de
las tormentas primaverales que habían de traer la lluvia. Los tambores
de Calanda o de Tobarra, entre otros lugares, todavía lo conservan en
su pureza originaria. Basta acercarse a cualquiera de ellos durante la madrugada
del Jueves al Viernes Santo para tener la impresión de que el cielo está
a punto de abrirse para descargar las lágrimas de la Diosa Madre.
Se cantaban himnos satíricos, se lanzaban groserías de carácter
sagrado, coplas verbales que, entre otros, recibían el nombre de saetas,
designación con el que hoy conocemos a uno de los más sublimes
palos del cante jondo que se canta, exclusivamente, en las procesiones de la
Semana Santa. Un nombre que está asociado, por un lado, al orto crepuscular,
la aparición en el horizonte, de la constelación de Sagitario
(del latín sagitta: saeta) en el inicio de la primavera, pues todos los
ritos sagrados de las fiestas mistéricas agrícolas tenían
un estricto fundamento astronómico. Es decir, cada uno de ellos tenía
una correspondencia exacta con constelaciones precisas y buscaban así
propiciar los fenómenos naturales benéficos coincidentes con la
presencia de esas constelaciones en determinada posición. Y, por otro,
al hecho de que a la imagen del paredro se le lanzaban dardos y flechas (la
lanza en el costado, el sagrado corazón de Jesús,...) con el fin
de acentuar el dolor y la tristeza de la Diosa Madre para que ésta, finalmente,
se dejara convencer y se sacrificase en acompañar a su paredro muerto
al mundo subterráneo donde su poder fecundador haría posible la
resurrección-germinación del paredro-semilla.
Es imposible, por razones de espacio, seguir extendiéndonos en las ancestrales
raíces abiertamente paganas de las celebraciones de la Semana Santa española.
Sólo añadir, como conclusión, las palabras con que cerrábamos
unos de los capítulos del serial «Lorca, el enigma sin fin»,
publicado entre los meses de junio y diciembre de 2000 (y que se puede leer
completo en la edición digital del De Verdad): «allí donde
todos reconocemos, aunque durante miles de años haya estado dormida o
sepultada, el poder de esta Diosa Madre del Universo, (...) para hacernos llegar
que todavía vive, que todavía podemos sentir su hálito
y su presencia...» La Semana Santa española es, sin duda, uno de
esos momentos mágicos en que podemos sentirlo.
Invitado- Invitado
Re: La Semana Santa en España.Materialismo histórico
Hay que recuperar los cultos a Afrodita y Hermes
Evergetes- Admin
- Cantidad de envíos : 16266
Fecha de inscripción : 20/12/2008
Edad : 38
Localización : Salamanca
Re: La Semana Santa en España.Materialismo histórico
Interesante artículo.
El año pasado me acerqué para ver el espectaculo de los tambores de Calanda y cuando le preguntamos a un vecino que significado tenía dicha fiesta, me contestó que pese a lo que se cree, no es una fiesta en esencia católica, sinó mucho mas antigua.
Puede ser, es cierto que son fiestas únicas por aqui.
El año pasado me acerqué para ver el espectaculo de los tambores de Calanda y cuando le preguntamos a un vecino que significado tenía dicha fiesta, me contestó que pese a lo que se cree, no es una fiesta en esencia católica, sinó mucho mas antigua.
Puede ser, es cierto que son fiestas únicas por aqui.
nebur- Cantidad de envíos : 130
Fecha de inscripción : 25/02/2009
Edad : 33
Localización : València
Re: La Semana Santa en España.Materialismo histórico
Y San Jorge es el sustituto de Sigfrido en los países nórdicos, en su lucha contra el dragón...
Y así una j´artaa, en realidad la religión cristiana lo único que ha hecho ha sido adaptarse sobre el terreno, para sustituir de una forma u otra los cultos de los diversos pueblos, haciéndose fácil de asimilar para la gente, pero siempre llevándolo todo hacia su mensaje principal: la sumisión al supuesto Dios, y el temor al castigo del infierno y la hoguera.
Básicamente, se reduce a eso. Así estamos como estamos...
Cualquier día de estos me vuelvo odinista...
Y a tomar por culo, dijo David y tiró el arpa...
Y así una j´artaa, en realidad la religión cristiana lo único que ha hecho ha sido adaptarse sobre el terreno, para sustituir de una forma u otra los cultos de los diversos pueblos, haciéndose fácil de asimilar para la gente, pero siempre llevándolo todo hacia su mensaje principal: la sumisión al supuesto Dios, y el temor al castigo del infierno y la hoguera.
Básicamente, se reduce a eso. Así estamos como estamos...
Cualquier día de estos me vuelvo odinista...
Y a tomar por culo, dijo David y tiró el arpa...
Re: La Semana Santa en España.Materialismo histórico
Los íberos perduran .Los romanos no pudieron con ellos
Hala,viva Viriato!!!
Hala,viva Viriato!!!
Invitado- Invitado
Re: La Semana Santa en España.Materialismo histórico
Evergetes escribió:Hay que recuperar los cultos a Afrodita y Hermes
Lo importante eran los ritos, las orgías y banquetes, tú sabes...
Aunque, estando en crisis como estamos, ya ni para condones tendremos dentro de poco...
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