"Entregadme a vuestros hijos"
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"Entregadme a vuestros hijos"
Discurso de Mordechai Chaim Rumkovsky a los judíos del ghetto de Lodz. ¿Qué opinión os merece?
“Un doloroso golpe ha conmocionado al gueto. Nos están pidiendo que dejemos lo más preciado que tenemos: nuestros niños y mayores. Yo no pude tener hijos propios así que entregué los mejores años de mi vida a los niños. He vivido y respirado con niños, nunca imaginé que me obligarían a entregar este sacrificio en el altar con mis propias manos. En mi vejez debo estirar mis manos y rogar: ¡Hermanos y hermanas! ¡Dádmelos! Padres y madres: ¡Entregadme a vuestros hijos!
Tenía la sospecha de que nos sucedería algo. Me anticipé a ese “algo” y siempre me comporté como un vigilante: en guardia para impedirlo. Pero no pude hacerlo porque no sabía qué era lo que nos amenazaba. La retirada de los enfermos de los hospitales me pilló completamente por sorpresa. Y te doy la mejor prueba que existe sobre esto: ¡tenía mis seres queridos entre ellos y no pude hacer nada!
Pensé que este sería el final, que después de todo nos dejarían en paz, la paz que tanto tiempo he esperado, por la que siempre he trabajado, la que ha sido mi meta. Pero resultó que había algo más destinado para nosotros. Así es el sino de los judíos: siempre más sufrimiento y siempre peor, especialmente en tiempos de guerra.
Ayer por la tarde me dieron órdenes para que enviara más de 20.000 judíos fuera del gueto, y si no lo hacía: “¡Lo haremos nosotros mismos!”. Ahora la pregunta era, “¿Deberíamos asumir nosotros la responsabilidad, lo hacemos nosotros mismos o dejamos que otros lo hagan?” Nosotros, mis asociados más cercanos y yo, no pensamos en “¿Cuántos morirán?” sino en “¿A cuántos podemos salvar?” y llegamos a la conclusión de que por muy difícil que fuera para nosotros, debíamos ejecutar esta orden con nuestras propias manos.
Debo llevar a cabo esta difícil y sangrienta operación, debo cortar los órganos para salvar al propio cuerpo. Tengo que llevarme a los niños porque si no, se llevarán también a otros, Dios nos perdone.
No tengo la intención de consolaros hoy. Tampoco deseo calmaros. Debo dejar desnuda vuestra angustia y vuestro dolor. ¡Llego a vosotros como un bandido, para robaros lo que más preciáis en vuestro corazón! He intentado por todos los medios que la orden fuera revocada. Intenté, aun sabiendo que sería imposible, suavizarla. Ayer mismo, encargué una lista de niños de 9 y 10 años. Quería al menos salvar a este grupo de edad: los de 9 y 10. Pero no me dieron esta concesión. Solo tuve éxito en una cosa: en salvar a los de 10 años para arriba. Dejad que este sea un consuelo a nuestra profunda tristeza.
En el gueto hay muchos pacientes que solo van a vivir unos días más, quizá unas pocas semanas. No sé si la idea es diabólica o no, pero debo decirlo: “Dadme a los enfermos. En su lugar podemos salvar a los sanos”.
Sé cuánto se quiere a los enfermos en cualquier familia, y particularmente en el caso de los judíos. Sin embargo, cuando se piden cosas crueles, uno tiene que sopesar y elegir: ¿quién será, podrá y puede ser salvado? Y el sentido común dicta que se debe salvar a aquellos que pueden ser salvados y aquellos que tienen una oportunidad de ser rescatados, no aquellos a los que no se puede salvar en ningún caso...
Vivimos en el gueto, cuidado. Vivimos bajo tantas restricciones que no tenemos suficiente ni siquiera para los sanos, dejad a los enfermos. Cada uno de nosotros alimenta al enfermo a expensas de nuestra propia salud: damos nuestro pan a los enfermos. Les damos nuestra escasa ración de azúcar, nuestro pequeño trozo de carne. Y, ¿cuál es el resultado? No hay suficiente para curar a los enfermos, y nosotros mismos enfermamos también. Por supuesto, estos sacrificios son de lo más bello y noble. Pero hay veces en que uno tiene que elegir: sacrificar a los enfermos, que no tienen la más mínima posibilidad de recuperarse y que además pueden hacer enfermar a otros, o rescatar a los sanos.
No pude deliberar por mucho tiempo sobre este problema; tuve que solucionarlo a favor de los sanos. En este estado, di las instrucciones precisas a los doctores, y se espera que entreguen a todos los pacientes incurables, de forma que los sanos, que quieran y sean capaces de vivir, se salven en su lugar. Os entiendo, madres; veo vuestras lágrimas, bien. También siento lo que sentís en vuestro corazón, vosotros, padres que tendréis que ir a trabajar por la mañana después de que se hayan llevado a vuestros hijos, cuando ayer mismo jugábais con vuestros amados pequeños. Entiendo y siento todo esto. Desde las 4 en punto de ayer, cuando esta orden llegó a mi conocimiento, me he sentido totalmente destrozado. Comparto vuestro dolor. Sufro por vuestra angustia, y no sé cómo sobreviviré a esto, dónde puedo encontrar la fuerza para seguir adelante.
Debo contaros un secreto: ellos pidieron 24.000 víctimas, 3.000 por día durante 8 días. Pude reducir el número a 20.000 pero solo con la condición de que estos sean niños menores de 10 años. ¡Los de 10 en adelante están a salvo! Ya que los niños y los mayores juntos hacen solo 13.000 almas, el hueco se llenará con los enfermos.
Apenas puedo hablar. Estoy agotado; solo quiero deciros lo que os estoy pidiendo: ¡Ayudadme para llevar a cabo esta acción! Estoy temblando. Temo que otros, Dios me perdone, lo hagan. Delante de vosotros hay un judío destrozado. No me envidiéis. Esta es la orden más difícil que he llevado a cabo en toda mi vida. Extiendo mis rotas y temblorosas manos ante vosotros y suplico: ¡Entregadme a las víctimas! Para que podamos evitar más desgracias y se pueda preservar una población de 100.000 judíos! Ellos me prometieron: ¡Si entregamos a nuestras víctimas nosotros mismos, habrá paz!
(gritos desde la multitud sobre otras opciones... algunos dicen “¡No dejaremos que los niños vayan solos, iremos todos!” y cosas así).
¡Estas frases están vacías! ¡No tengo fuerza para discutir con vosotros! ¡Si estuvieran aquí las autoridades ninguno de vosotros gritaría así!
Entiendo lo que significa arrancar una parte de vuestro cuerpo. Ayer supliqué de rodillas pero no funcionó. Desde pueblos pequeños con poblaciones de judíos de 7000 a 8000 personas apenas 1000 llegaron aquí. Así que, ¿qué es mejor? ¿Qué queréis? ¿Qué se queden de 80000 a 90000 judíos o, Dios nos perdone, que toda la población sea aniquilada?
Podéis juzgarme como queráis; mi deber es preservar a los judíos que quedan. ¡No hablo con exaltados! Apelo a vuestra razón y conciencia. He hecho y seguiré haciendo todo lo posible para que no aparezcan tropas armadas en las calles y no se derrame sangre. La orden no se puede deshacer; solo se puede reducir.
Uno necesita el corazón de un bandido para pediros lo que os estoy pidiendo. Pero ponéos en mi lugar, pensad con lógica y llegaréis a la conclusion de que no puedo proceder de ninguna otra forma. ¡La parte que se puede salvar es mucho mayor que la que debemos entregar!
“Un doloroso golpe ha conmocionado al gueto. Nos están pidiendo que dejemos lo más preciado que tenemos: nuestros niños y mayores. Yo no pude tener hijos propios así que entregué los mejores años de mi vida a los niños. He vivido y respirado con niños, nunca imaginé que me obligarían a entregar este sacrificio en el altar con mis propias manos. En mi vejez debo estirar mis manos y rogar: ¡Hermanos y hermanas! ¡Dádmelos! Padres y madres: ¡Entregadme a vuestros hijos!
Tenía la sospecha de que nos sucedería algo. Me anticipé a ese “algo” y siempre me comporté como un vigilante: en guardia para impedirlo. Pero no pude hacerlo porque no sabía qué era lo que nos amenazaba. La retirada de los enfermos de los hospitales me pilló completamente por sorpresa. Y te doy la mejor prueba que existe sobre esto: ¡tenía mis seres queridos entre ellos y no pude hacer nada!
Pensé que este sería el final, que después de todo nos dejarían en paz, la paz que tanto tiempo he esperado, por la que siempre he trabajado, la que ha sido mi meta. Pero resultó que había algo más destinado para nosotros. Así es el sino de los judíos: siempre más sufrimiento y siempre peor, especialmente en tiempos de guerra.
Ayer por la tarde me dieron órdenes para que enviara más de 20.000 judíos fuera del gueto, y si no lo hacía: “¡Lo haremos nosotros mismos!”. Ahora la pregunta era, “¿Deberíamos asumir nosotros la responsabilidad, lo hacemos nosotros mismos o dejamos que otros lo hagan?” Nosotros, mis asociados más cercanos y yo, no pensamos en “¿Cuántos morirán?” sino en “¿A cuántos podemos salvar?” y llegamos a la conclusión de que por muy difícil que fuera para nosotros, debíamos ejecutar esta orden con nuestras propias manos.
Debo llevar a cabo esta difícil y sangrienta operación, debo cortar los órganos para salvar al propio cuerpo. Tengo que llevarme a los niños porque si no, se llevarán también a otros, Dios nos perdone.
No tengo la intención de consolaros hoy. Tampoco deseo calmaros. Debo dejar desnuda vuestra angustia y vuestro dolor. ¡Llego a vosotros como un bandido, para robaros lo que más preciáis en vuestro corazón! He intentado por todos los medios que la orden fuera revocada. Intenté, aun sabiendo que sería imposible, suavizarla. Ayer mismo, encargué una lista de niños de 9 y 10 años. Quería al menos salvar a este grupo de edad: los de 9 y 10. Pero no me dieron esta concesión. Solo tuve éxito en una cosa: en salvar a los de 10 años para arriba. Dejad que este sea un consuelo a nuestra profunda tristeza.
En el gueto hay muchos pacientes que solo van a vivir unos días más, quizá unas pocas semanas. No sé si la idea es diabólica o no, pero debo decirlo: “Dadme a los enfermos. En su lugar podemos salvar a los sanos”.
Sé cuánto se quiere a los enfermos en cualquier familia, y particularmente en el caso de los judíos. Sin embargo, cuando se piden cosas crueles, uno tiene que sopesar y elegir: ¿quién será, podrá y puede ser salvado? Y el sentido común dicta que se debe salvar a aquellos que pueden ser salvados y aquellos que tienen una oportunidad de ser rescatados, no aquellos a los que no se puede salvar en ningún caso...
Vivimos en el gueto, cuidado. Vivimos bajo tantas restricciones que no tenemos suficiente ni siquiera para los sanos, dejad a los enfermos. Cada uno de nosotros alimenta al enfermo a expensas de nuestra propia salud: damos nuestro pan a los enfermos. Les damos nuestra escasa ración de azúcar, nuestro pequeño trozo de carne. Y, ¿cuál es el resultado? No hay suficiente para curar a los enfermos, y nosotros mismos enfermamos también. Por supuesto, estos sacrificios son de lo más bello y noble. Pero hay veces en que uno tiene que elegir: sacrificar a los enfermos, que no tienen la más mínima posibilidad de recuperarse y que además pueden hacer enfermar a otros, o rescatar a los sanos.
No pude deliberar por mucho tiempo sobre este problema; tuve que solucionarlo a favor de los sanos. En este estado, di las instrucciones precisas a los doctores, y se espera que entreguen a todos los pacientes incurables, de forma que los sanos, que quieran y sean capaces de vivir, se salven en su lugar. Os entiendo, madres; veo vuestras lágrimas, bien. También siento lo que sentís en vuestro corazón, vosotros, padres que tendréis que ir a trabajar por la mañana después de que se hayan llevado a vuestros hijos, cuando ayer mismo jugábais con vuestros amados pequeños. Entiendo y siento todo esto. Desde las 4 en punto de ayer, cuando esta orden llegó a mi conocimiento, me he sentido totalmente destrozado. Comparto vuestro dolor. Sufro por vuestra angustia, y no sé cómo sobreviviré a esto, dónde puedo encontrar la fuerza para seguir adelante.
Debo contaros un secreto: ellos pidieron 24.000 víctimas, 3.000 por día durante 8 días. Pude reducir el número a 20.000 pero solo con la condición de que estos sean niños menores de 10 años. ¡Los de 10 en adelante están a salvo! Ya que los niños y los mayores juntos hacen solo 13.000 almas, el hueco se llenará con los enfermos.
Apenas puedo hablar. Estoy agotado; solo quiero deciros lo que os estoy pidiendo: ¡Ayudadme para llevar a cabo esta acción! Estoy temblando. Temo que otros, Dios me perdone, lo hagan. Delante de vosotros hay un judío destrozado. No me envidiéis. Esta es la orden más difícil que he llevado a cabo en toda mi vida. Extiendo mis rotas y temblorosas manos ante vosotros y suplico: ¡Entregadme a las víctimas! Para que podamos evitar más desgracias y se pueda preservar una población de 100.000 judíos! Ellos me prometieron: ¡Si entregamos a nuestras víctimas nosotros mismos, habrá paz!
(gritos desde la multitud sobre otras opciones... algunos dicen “¡No dejaremos que los niños vayan solos, iremos todos!” y cosas así).
¡Estas frases están vacías! ¡No tengo fuerza para discutir con vosotros! ¡Si estuvieran aquí las autoridades ninguno de vosotros gritaría así!
Entiendo lo que significa arrancar una parte de vuestro cuerpo. Ayer supliqué de rodillas pero no funcionó. Desde pueblos pequeños con poblaciones de judíos de 7000 a 8000 personas apenas 1000 llegaron aquí. Así que, ¿qué es mejor? ¿Qué queréis? ¿Qué se queden de 80000 a 90000 judíos o, Dios nos perdone, que toda la población sea aniquilada?
Podéis juzgarme como queráis; mi deber es preservar a los judíos que quedan. ¡No hablo con exaltados! Apelo a vuestra razón y conciencia. He hecho y seguiré haciendo todo lo posible para que no aparezcan tropas armadas en las calles y no se derrame sangre. La orden no se puede deshacer; solo se puede reducir.
Uno necesita el corazón de un bandido para pediros lo que os estoy pidiendo. Pero ponéos en mi lugar, pensad con lógica y llegaréis a la conclusion de que no puedo proceder de ninguna otra forma. ¡La parte que se puede salvar es mucho mayor que la que debemos entregar!
Re: "Entregadme a vuestros hijos"
Es difícil imaginar una situación así. Más aún saber cómo actuaríamos en un caso tan extremo.
Rumkovsky quería sacrificar a unos para salvar a otros. Por desgracia, era algo espantosamente lógico.
¿Qué hacer en una disyuntiva tan cruel?
Rumkovsky quería sacrificar a unos para salvar a otros. Por desgracia, era algo espantosamente lógico.
¿Qué hacer en una disyuntiva tan cruel?
Re: "Entregadme a vuestros hijos"
Pedazo de documento, y terrible disyuntiva. Si hubieran entrado los alemanes en el guetto hubiera sido infinitamente peor... pero claro ¿cómo explicas eso?, ¿cómo actuaríamos cada uno de nosotros en tales circunstancias?
Antístenes- Cantidad de envíos : 4637
Fecha de inscripción : 18/10/2010
Re: "Entregadme a vuestros hijos"
Me recuerda, en plan mucho más amable, a una serie de televisión: Galáctica
Cuando el presidente Baltar capitula ante los Cylons.
Cuando el presidente Baltar capitula ante los Cylons.
Alejandro Villuela- Cantidad de envíos : 9850
Fecha de inscripción : 11/11/2009
Edad : 33
Localización : Burgos/Valladolid
Re: "Entregadme a vuestros hijos"
Pedro Pablo escribió:Pedazo de documento, y terrible disyuntiva. Si hubieran entrado los alemanes en el guetto hubiera sido infinitamente peor... pero claro ¿cómo explicas eso?, ¿cómo actuaríamos cada uno de nosotros en tales circunstancias?
Claro, Pedro Pablo. Es fácil, desde fuera, adjetivar y opinar. Pero la situación era absolutamente excepcional. En cualquier caso, ya sabemos cómo acabó la historia.
Rumkovsky ganó tiempo, pero no le sirvió de mucho. No digo para él, claro, que tampoco, sino para los judíos de Lodz.
Yo creo que fue un hombre superado por las circunstancias. Pero lo mismo hubiera pasado con cualquier otra persona. Nadie está preparado para algo así.
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