El hecho diferencial UPyD

El hecho diferencial UPyD

Estamos ante el pleno 'triunfo' del sistema denunciado por Norman Chomsky y sus diez estrategias de manipulación, lo que a veces alcanza ribetes grotescos pero siempre tiene un trasfondo trágico.

Lo primero que sorprende para un observador lúcido y 'viajado' es la banalización de la destrucción de valores democráticos y de conocimientos básicos para nuestra convivencia ciudadana. Si quieren un ejemplo de lo estrafalario, me remito a la reacción de periodistas y 'líderes de opinión' frente a la anecdótica recién adquirida capacidad de equipos gibraltareños de jugar al fútbol en Europa como tales. Se podía leer: "Pero eso no afectará a Cataluña (se entiende que a la Cataluña española) ni a las Vascongadas". ¡Nos ha jorobado! Ni a Murcia ni al Valle de Arán ni a la Maragatería ni al Rosellón ni a Aragón ni a las islas Cook ni a mi barrio de Chamberí. Hay que pararse un momento a calibrar los niveles de ignorancia y de confusión mental que se debe poseer para confundir un territorio extranjero (británico), cuya relación con España se basa en tratados internacionales, con una región española. Hay que valorar hasta dónde nos han hecho llegar. El cómo, lo explica Chomsky,y  el por qué,se encuentra en la voluntad decidida de unas oligarquías regionales ávidas de poder y dinero dispuestas a utilizar el 'método Comsky' como gota malaya en sus poblaciones y, muy principalmente, a la complicidad activa de las autoridades nacionales encargadas de luchar por el bien común. A los valores democráticos, que les vayan dando. Sólo así se explica que no haya una sublevación airada y contundente contra el desaforado e inmoral intento de privar a la mayoría de los españoles del derecho a decidir, que es lo que realmente está en juego, con la vomitivamente tramposa campaña sobre referendos ilegales.

Pero no se queda en lo grotesco ni en lo anecdótico. El asunto va a la raiz de nuestra convivencia democrática. Así, verbigracia, podemos leer en un renombrado diario nacional a un ex director general “regional” (¡8 años representando al Estado!) afirmando: “Está visto que ser ciudadano español tiene prerrogativas y derechos diferentes, según el territorio en el que vives”.

En el inicio de un artículo que además se titula 'Ciudadanía asimétrica'. Así, tal cual. Es la banalización del horror, de un horror promovido por unos pocos desaprensivos e interiorizados calmamente por la mayoría de la población. La constatación, sin indignación ni rebeldía, de la debacle: España ha dejado de ser una democracia de ciudadanos iguales en derechos y obligaciones. Y eso, que es un drama de dimensiones históricas, se admite como una lluvia de primavera, sin mayor importancia.

Pues la tiene, la tiene toda, primero porque es renunciar al estado más civilizado, avanzado y ético de la convivencia humana, que teníamos ya cuando otras naciones aún lo persiguen y segundo porque está inequívocamente en el espíritu de la Constitución que se votó en el 78, muy río arriba de organizaciones territorriales administrativas o políticas. España, o vuelve a ser, ante todo, un conjunto de ciudadanos iguales, lo que nunca debió abandonar, o será un lamentable e inmoral pozo de miserias materiales y enfrentamientos tribalistas de otras épocas históricas. No es una cuestión de banderas, sentimientos inflamados de destino universal, sacralizaciones místicas de patrias ni , por supuesto, enriquecimiento de oligarquías caciquiles. Es una cuestión de peldaños superiores en la convivencia democrática y de respeto a la ética de las sociedades modernas e ilustradas.

Un drama acontecido en la España de los últimos 20 años es que la inmensa mayoría de la clase política, reflejada en su política de Partido, ha renunciado a defender y luchar por la mejora de una España como conjunto de ciudadanos iguales. Más bien, trabajando contra el bien común, o se ha quedado impasible, o ha promovido el nacimiento de españoles de distintas categorías, como señalaba el articulista.

Creo indispensable para nuestra supervivencia que, con crisis económica o sin ella, ya que de eso no se ocupará la troïka, cualquier político decente y demócrata tenga hoy en España como objetivo ineludible recobrar una Nación de ciudadanos ontológicamente iguales en derechos y obligaciones, en particular en derechos sociales básicos, sin distinción de lugar de residencia, religión, creencia, sexo o lo que sea. Es la esencia de nuestro futuro.

Cuando observo a los Partidos con representación parlamentaria de la Nación, no lo encuentro ni en los Partidos separatistas, por supuesto, porque es el modelo que quieren destruir, ni en los grandes Partidos nacionales, que se han puesto como tarea inocular la división, las fronteras interiores y las distintas categorías de españoles como bien supremo en la mente de los ciudadanos, (¡lástima de izquierda tan retrógrada y tribalista!) ni los Partidos regionalistas, por definición.

Sólo veo a UPyD que tiene como bandera, y actúa coherentemente con ella, la recuperación de una España de iguales y solidarios. Principio ético que parece anteponer a cualquier componenda o tacticismo politiquero. Debe ser el hecho diferencial UPyD que justifica su ascenso permanente en elecciones y encuestas, que tanto preocupa a los despreciativos del bien común y caciques varios.

Enrique Calvet Chambon, Economista y miembro del Comité Económico y Social Europeo

La Voz Libre